

En un momento dado, nuestros amigos decidieron adoptar un niño, Pablito. No les costó encontrarlo porque realmente fue él quien les eligió a ellos en una de las visitas y no tuvieron ninguna duda de que no debían buscar más. Todo resultó tan bien que quisieron intentarlo de nuevo, pero esta vez con una niña y desgraciadamente no pudo ser. Mi hermana y mi cuñado estaban entonces en el enésimo intento de adopción nacional y nos pidieron que considerásemos la posibilidad de que trasladaran su adopción a UCRANIA.


Todo fue muy rápido. Teníamos los papeles aprobados en apenas unas semanas y en la visita a Priluky, fue Nuria la que nos dio el visto bueno. Nos cogió la mano y selló su destino y el nuestro. Nadie en España sabía nada hasta que no estuvo listo el proceso. Después todo fueron sorpresas en cadena para nuestros padres y hermanos. Cuando nos presentamos con Nuria, la familia pareció contagiarse de nuestra alegría y decidirse a la adopción. Mi amiga Marga y José se llevaron a Alejandro, mi prima Ángela y Nacho adoptaron a Katia. Más tarde mis cuñados Javi y Pepa a Elena y por fín, los que debían haber sido los primeros, mi hermana Dioni y mi cuñado Jacinto encontraron a su niña, a María.


Todos estos niños, además de estar ligados entre ellos por los lazos familiares, son un poco nuestros, porque, fuimos los “culpables” de esas adopciones y ahora, cada vez que les vemos crecer juntos, nos sentimos más orgullosos de lo que hicimos para que aquello saliera adelante.
Nuria tenía 4 años, Katia 3 años, Elena, 2 años, María 6 años y Alejandro, 2 años.
Todos ucranianos, en distinto orfanato y sin embargo, en la misma familia.
¿A qué son una preciosidad nuestras niñas y niño?