Los nómadas nunca han conocido las fronteras como existen ahora.
El mundo no tenía más límites que el horizonte que alcanzaban a ver, el que su caballo podía recorrer. Su vida se funde con los elementos. La propia estructura de su vivienda, la yurta, mantenía una abertura central en el techo para no perder su comunión con Tengrí, el Dios Padre, el Dios cielo, creador del mundo y que da nombre a la religión nómada que se extiende desde las estepas de Mongolia hasta los campos de sal de las riberas del Mar Caspio.
Foto: Familia nómada kazaja

La naturaleza en las interminables llanuras era la comunión perfecta entre el Dios Tengrí, que cubre todo en cualquier dirección que abarque la mirada e Itügen, la Madre Tierra, que engendra la vida misma, la madre de la fertilidad. Los sacrificios a ésta diosa persiguen la concepción de los hijos, los árboles son sólo una muestra del poder de Itügen.

Del seno de Itügen, mana el agua, en muchos puntos mágica, y que sirve para la purificación, la gracia. Este es el caso de la fuente de "Kieli-Bulak" en el Valle de Turguen, fuente de la eterna juventud y belleza.
Foto: Cartel de la fuente "Kieli-Bulak"

Hasta allí fuimos con Isabel y Ana Altinai, cuando después de muchos meses de un proceso de adopción que llenaría páginas de historias absurdas, por fin pudieron convertirse en madre e hija. Ana recibió su bautismo Tengrí, con agua sagrada, aderezada con el amor de su madre y el apoyo de los que estábamos en ese momento con ellas. Si de verdad las fuerzas de la naturaleza existen, esa niña, Ana, nuestra Ana, las lleva todas consigo.
Otros son los dioses a los que los nómadas rendían culto, pero eso, ya es otra historia.
Dedicado a Isabel y Ana Altinai.
Ana ya está dispuesta para recorrer a
caballo las "inmensas estepas sevillanas"