Me gustaría empezar dando la definición que de la palabra sectario realiza la Real Academia de la Lengua. No sólo son aquellos miembros o seguidores de una secta sino que también son los que son fanáticos e intransigentes de una idea.
Hoy me ha escrito una chica que adoptó en Kazajstán y me contaba como una de las organizaciones (sobre todo una) que se dedican al lucrativo negocio de las adopciones les había avisado que no tuvieran contacto ni con personas locales ni con españoles. El motivo teórico para lo primero es la animadversión que la población kazaja tiene acerca de que los extranjeros se lleven a sus niños, por una especie de orgullo mal entendido que permite a los suyos pudrirse literalmente en unas instituciones que en cualquier país, con unos estándares avanzados, serían lugares de almacenaje de niños sin ningún otro apelativo. Al parecer, si comentan con kazajos que vienen a adoptar les pueden llegar a quitar a los niños. ¡Pero que majadería! Los que realmente pueden tener poder para quitar o dar al niño son aquellas autoridades que están involucradas en el proceso y no cualquier paisano que se sienta mal con los “afanadores” extranjeros.
Mucho más sospechosa resulta la instrucción de no relacionarse con los españoles que se encuentren aquí. Cuando he encontrado algunos de ellos y les he saludado, han salido como alma que lleva el diablo y si ya les decía que seguro que estaban adoptando parecían esfumarse. Si nos ponemos a examinar las posibles causas sólo se me ocurre una que a su vez puede contener otras y es que los que ya vivimos desde hace tiempo aquí, conocemos los tejemanejes de las adopciones, sabemos del dinero que se mueve, quien se lo embolsa, las falsas acusaciones de impedimentos por parte de la embajada y el consulado español, etc. Se fabrica un mundo de miedo y enemigos por todas partes que una persona conocedora de la mentira puede destruir y eso, como en las sectas más destructivas, es eliminar el miedo que es el arma más poderosa del controlador “Si no haces lo que te digo, te abandono y ahora ya no puedes adoptar”, “si no estás contento, puedes buscar a otro”, etc, ésta y muchas más son las frases concluyentes que se utilizan contra pobres padres adoptantes que se encuentran en un país que se lo han pintado como el peor del mundo, con un idioma terrible, con una burocracia que teme hasta el más paciente de los locales y con unas ganas de adoptar que soportan las pruebas más terribles y el trato más humillante. Porque es cierto que se llega a humillar a los adoptantes, se le somete a una situación de indeterminación que siempre les tiene en vilo, pendientes de que una decisión arbitraria les deje tirados, les retrase o les ponga algún problema que después se arreglan con una “pequeña ayuda”.

No estoy criticando al sistema kazajo, ni a las instituciones kazajas, porque entonces también tendríamos que hablar de los trámites previos en España (que muchas veces tienen tela marinera), sino a ciertos tramitadores que manejan el tema de las adopciones con un total desprecio a las connotaciones personales que debería implicar su trabajo, para los que los niños son pura herramienta de trabajo, materiales con los que negociar y los padres son una fuente de ingresos que cuanto más controlados y desorientados estén mejor, más rentables resultarán. Se alquilan los pisos de los familiares y nada de buscar por otro sitio, se alquilan conductores con coche que se pagan a la vez por varias familias y aunque debían estar disponibles las 24 horas los siete días de la semana, no aparecen después de la visita al orfanato y mucho menos los sábados o domingos. Los adoptantes se ven solos, en pisos terribles y caros, muy caros, sin transporte, sin un guía o interprete que les permita moverse por la ciudad. En fin, que les confinan.
Por eso, el contacto con españoles que les cuenten, les abran los ojos, les enseñen que no es un sitio tan terrible como les han contado, es una influencia muy mala, poco beneficioso para el negocio.
¡Ya está bien! es todo un asunto que ha pasado de ser un trabajo rentable a un negocio inmoral, donde la parte más débil debía ser la más importante y sin embargo es la que menos cuenta para nada, ni los niños ni los padres.