Este país no deja nunca de sorprenderme y más en los tiempos que vivimos.
Antes de ayer, la señora que me ayuda en casa me preguntó si yo sabía algo de una chica que trabajaba en casa de otra española y que se despidió sin dar muchas razones para ello. Ahora la familia estaba preocupada porque no había aparecido por la noche para dormir y temían que le hubiera pasado algo.
Las sospechas se confirmaron y de qué modo cuando a los dos días la chica aparece y cuenta a su madre que fue raptada por su novio, que ha sido ultrajada en su pureza y que ahora el novio quiere casarse con ella.
Parece terrible esta situación, pero necesita de aclaración. No es un secuestro forzoso, sino voluntario y pactado.
Os cuento.

Desde tiempos remotos, este pueblo se ha dividido en clanes y dentro de los clanes en familias. La pertenencia a cualquiera de estas divisiones implicaba la mejor o peor posición social en la tribu. Cuando una pareja se enamoraba, sólo si recibían el visto bueno para el enlace podían casarse. Para que eso se produjera, el novio debía de ser de la misma o mejor situación social que la novia y pagar una buena dote a los padres de la muchacha.
Sin embargo, cuando era al revés, la novia más rica, de manera que el pretendiente no alcanzara al “precio”, la unión no se podía celebrar. Bueno, casi nunca. El sistema era el rapto, muchas veces consentido por la novia, de manera que al encontrarse la familia con una hija mancillada, accedían a entregarla, pues ya no era “ofrecible” para ser una buena y casta esposa. Lo que ocurría es que, antiguamente, este acto a veces le costaba la vida al osado, habiendo llegado por venganzas mutuas a sangrientas guerras de clanes.
Hoy en día, la mayoría de las novias no se mancillan porque ya tienen todo entregado antes (repito que casi siempre de forma consentida ) con el fin de evitarse el pago de la dote a los padres de la chica, lo que aún se sigue exigiendo socialmente.

- ¿Qué no me quieren tus padres porque soy pobre? Se van a enterar
- No me raptes, no, no – se opone hablando bajito para no despertar a nadie en casa mientras de paso va cerrando la maleta.
- Que sí, que te rapto - y va, y la rapta.


A los dos días, aparece la novia en la casa con aspecto decaído y avergonzada y cuenta a los padres que ya ha perdido su pureza. Los padres montan en cólera y exigen de la hombría del chico para que se haga cargo de su crimen a lo que él, compungido, acepta. Comienzan los preparativos y la boda se celebra. Fin de la historia.
Esta práctica, que solo se conocia en el medio rural, es cada vez más habitual en Almaty que hasta hace poco era la capital del país y actualmente capital económica de Asia Central. Tienen muchas herencias aún de sus tiempos nómadas y ésta es una de ellas. Me produce asombro y mucha incomprensión el hecho de que aún se sigan haciendo las cosas así, pero les cuesta mucho renunciar a ciertas tradiciones muy arraigadas. En muchos aspectos siguen alegando su clan de origen y en función de la procedencia, actúan de una forma determinada.
En Kazajstán, país con aspiraciones modernistas, aún se rapta a las mujeres como parte del ritual de matrimonio en contra de los deseos paternos. No deja de ser una costumbre arcaica aunque supongo que nosotros también tendremos las nuestras. En fin, sin ánimo de criticar, es cuanto menos, incomprensible para nuestras mentes occidentales.