Esta historia que os pongo, es real. Aunque sea un poco larga, os recomiendo que la leais hasta el final porque no tiene desperdicio.

El tiempo que viví en Kazajstán, conocí al autor de la historia y a su mujer, desde entonces, somos muy buenos amigos y hemos compartido muchas anécdotas. Esta historia que él cuenta, ya me la habia comentado cuando pasó pero siempre quise poderla compartir con todos porque me parece muy interesante. Habiendo vivido por esas tierras, cada vez que la leo me lo imagino y no puedo dejar de sonreir.
Gracias por dejarme ponerla en mi blog.



El pequeño Sasha (o Crónica de cómo un agnóstico se convirtió al cristianismo ortodoxo en un país musulmán)

Sasha mi ahijado es uzbeko, de padres rusos. Su madre es mitad rusa mitad uzbeca. El padre, mitad ruso mitad tártaro. Creo que de familias como ésta viene el término ensaladilla rusa.
Nació en Tashkent, capital de Uzbekistán, en 2007. Uzbekistán formó parte de la URSS desde mediados del siglo XX hasta Septiembre de 1991, en que declaró su independencia. Su población es musulmana en un 88%, y sólo un 9% son cristianos ortodoxos.
Bueno, a lo que voy.

En 2007 yo estaba destinado en Asia Central con mi empresa. La madre de Sasha es una de las vendedoras que tenemos en Uzbekistan, y cuando se dio cuenta que iba a tener un hijo cristiano en tierra musulmana, se preguntó ¿a quién hago padrino del niño para el bautizo? Y pilló al primero que, en un desvarío, le pareció cristiano, serio, responsable y además con un punto exótico: o sea yo. La propuesta me hizo mucha ilusión, me sentí tremendamente honrado, eso de ser padrino de un niño uzbeko debería estar en la lista de cosas a hacer antes de dejar este mundo, y no esa chorrada de plantar un árbol o escribir un libro.

Debo admitir que tengo carnet de cristiano católico, porque me bautizaron, “comulgaron” y confirmaron, pero en realidad soy agnóstico, sin querer ofender a nadie. Pero ya que oficialmente sigo estando afiliado a la Iglesia, pues pensé que no podía negarme.

El tema se alargó y aplazó, y a pesar de los viajes y otras historias, nos pusimos de acuerdo en bautizar a Sasha en Noviembre de 2008. Los padres, abuelos, hermanos...habían esperado más de un año para poder montar la fiesta, y estaban ansiosos porque llegara el día. Así que compré algunos regalos, me puse un traje bien elegante, y me fui a Tashkent a celebrar mi primer bautizo ortodoxo.

Frente a la Iglesia, la familia estaba esperando, todos vestidos con sus mejores galas, la abuela con una cara de ilusión que parecía que fuese a casarme con su hija, los padres de Sasha encantados de tenerme por fin ahí. Y entonces llegó el drama: el sacerdote, que parecía un cantante de rock de los 70, les dijo que sintiéndolo mucho yo no podía ser el padrino porque aunque era Cristiano, era Católico y no Ortodoxo, y parece ser que hay ciertas cosas que unos y otros no pueden compartir. Luego me enteré que las diferencias entre católicos y ortodoxos incluyen, por ejemplo, que éstos últimos no creen en la Inmaculada Concepción, sino que María era una mujer como las demás. Así que entiendo que no se lleven del todo bien. La noticia cayó como una bomba en el ánimo de todos, después de tanto tiempo esperando, ¿se iba a quedar Sasha sin bautizo?

Inmediatamente respondí que, en ese caso, me quería convertir a la Iglesia Ortodoxa, y seguir adelante con la ceremonia; recuerdo que, durante un rato, los familiares, el sacerdote-rockero, los amigos musulmanes de la familia y creo que hasta el pequeño Sasha me estuvieron observando como si fuera un marciano. ¿Qué dice éste? ¿Quiere cambiar de Iglesia como el que cambia un jersey en Zara? Pero el sacerdote reaccionó y, al ver que le podía robar un abonado a su competencia, accedió encantado. De pronto, teníamos ya dos ceremonias que celebrar, y todos estaban felices de tener al extranjero raro éste por ahí. La abuela de Sasha me dio tantos besos que casi le pido la mano de su hija, o ya puestos la suya.

Mi ceremonia de conversión fue realmente apasionante: compré una cruz, de plástico malo, pero válida al fin y al cabo; el sacerdote me apartó del grupo y me dio instrucciones durante 20 minutos, para ver claro que yo estaba convencido de lo que iba a hacer. Me explicó que tendría que renunciar a la Iglesia Católica, y que eso sería válido en todo el mundo, no sólo en Uzbekistán. Aunque yo hablo ruso más o menos bien, la mitad de las palabras eran poco comunes, del tipo “trinidad”, “resurrección”, “confesión” y tal, con lo cual yo iba diciendo que sí sin saber muy bien a qué. Pero parece que mi actitud sumisa le pareció adecuada.
Lo mejor de todo es que tenía que cambiarme de nombre, porque el mío no era un nombre eslavo. Así que escogí Georgy, y tuve que rellenar un impreso, una especie de diploma en el que aceptaba que a partir de ese momento mi nombre cristiano era otro. Espero que no se entere nuestro gobierno, a ver si me van a quitar la pensión cuando me jubile...

Durante la ceremonia, que duró unos 15 minutos, el sacerdote se puso de cara a una cruz y un icono de oro, mientras canturreaba textos interminables, y me dejó a mi a su espalda, a unos 5 metros de distancia; básicamente, yo me limité a santiguarme (en dirección contraria a como lo hacen los católicos, no sea que los confundan por la calle) y hacer una reverencia cada vez que él acababa una frase; más tarde me tocó también leer un texto en ruso antiguo, escrito además en letra de imprenta del siglo de la castaña, con lo cual yo no entendí nada de lo que leí (ni creo que nadie lo entendiese tampoco, ni siquiera el sacerdote). Pero en teoría decía que renunciaba a la iglesia católica y prometía seguir los preceptos de la ortodoxa, para siempre jamás. Y luego, el punto culminante: rechazar al demonio. Para eso, me pidió que me diese la vuelta y escupiese 3 veces al aire, y luego soplase también 3 veces, o al revés, no recuerdo. Recuerdo cuanto me costó contener la risa, y eso que soy una persona muy respetuosa, pero es que había que verme. Después de eso, me hizo la señal de la cruz no sé cuántas veces en la cabeza, y listos, ya eres Ortodoxo, ¡bienvenido al club! Se me ocurrió entonces (y no antes, qué cabeza la mía) preguntarle si la conversión no habría anulado mi matrimonio, pero juro que lo pregunté sin malas intenciones, de verdad. Es sólo que, en ese caso, explicar esta historia de vuelta en casa tal vez no sería tan divertido...

El bautizo de Sasha ya fue una ceremonia más tradicional, llena de símbolos, en la que me tocó sujetar al niño todo el rato, y como el chaval ya tenía más de un año, acabé con los brazos destrozados. Ah, y en lugar de echarle un poco de agua en la cabeza, lo meten dentro de un barreño gigante y le van tirando cubos de agua por encima, pobre chico. Al acabar, todos estábamos muy contentos, sobre todo el sacerdote, que no paraba de repetirme que había tomado la decisión adecuada.

Después de eso fuimos a comer un plov (arroz tradicional de Asia Central) a casa de los padres de Sasha, y, siguiendo la tradición uzbeca, fueron increíblemente amables y hospitalarios todo el tiempo. El vodka, los discursos sentimentaloides y las deliciosas frutas uzbecas acabaron de acompañar una fiesta genial, tras la cual me fui a casa pensando: oye, si hay un Dios, ¿será pecado esto que he hecho hoy? Pero estoy seguro que no: la ilusión de la familia de Sasha debería ser suficiente motivo para perdonar a Georgy, el tránsfuga.

--Quede claro que este relato no pretende ofender a nadie, sino sólo explicar una anécdota personal en clave de humor. Los nombre son ficticios, los hechos son auténticos. Aunque por desgracia mi mala memoria ha borrado infinidad de detalles interesantes.--