Ya el estado de la carretera no auguraba nada bueno pero como el firme lleno de baches es algo habitual en el país, tampoco le dimos mayor importancia.
Cuando vas llegando se ven grupos de gente caminando por la cuneta de la carretera, lo que te avisa de que estás llegando al lugar de la peregrinación.
El lugar, al lado de un riachuelo, en principio no llamaría la atención. Un paisaje medio desértico, algunos cerros pelados, ganado atravesándose por todas partes y construcciones de las de siempre, toscas, con tejados de uralita, con bastante mal gusto.
Nuestro amigo Tomy, el mongol, nos indicó que habíamos llegado y bajó del coche para preguntar si podíamos aparcar dentro. “Por supuesto” le dijeron y nos franquearon el paso.
Cerca del lugar de aparcamiento, unos viejos hornos echaban humo, señal de que a pesar de su antigüedad seguían en uso. Solían ser para cocer “lipioshkas”, tortas de pan, que constituyen una parte importante de la alimentación en las zonas rurales.
Junto a los hornos, una yurta y al lado, un hombre de pie y varias mujeres a su lado. Por su actitud parecían sumidos en algún tipo de rezo.
Siguiendo a Tomy nos dirigimos hacia el edificio principal. En un momento dado, nos indicó que esperásemos y entró. Al cabo de un rato, salió acompañado de una mujer mayor, de piel arrugada, de ojos rasgados e inquisitivos. Vestía ropas como cualquier mujer de campo. Tomy nos empezó a explicar que era una mujer santa, que en sueños había sentido donde se encontraba la montaña sagrada y que uno de los cerros que teníamos enfrente desprendía una energía curativa. Desde el momento del descubrimiento, esta mujer se había convertido en la guardiana de la montaña y el lugar era ahora lugar de peregrinaje buscando las energías de la madre tierra y la unión con el padre cielo (Tengrí). Para documentar lo que nos contaba nos invitaron a entrar a una sala de oración donde estaban los recortes de los periódicos donde se comentaba la noticia.
La entrada al lugar de oración, exigía descalzarse y pasar la primera prueba de fe, que consistía en atravesar descalzo el montón de excrementos que una paloma blanca, encima de la puerta, se había ido encargando de extender de forma que salvo que fueras un campeón mundial de salto, no había más remedio que pisar.








Dentro, un grupo de devotos se sentaban sobre alfombras y empezaban a sacar comida que depositaban en el suelo. Nuestra presencia no pareció muy grata. La sala, por llamar de alguna manera a aquella nave, estaba forrada por recortes de periódicos con noticias sobre la montaña sagrada y su guardiana descubridora, de fotos de la Meca y de motivos religiosos musulmanes. Allí, el ambiente tenía algo de extraño. Los olores a comida se mezclaban con los de la suciedad del local y de las personas que había dentro, lo que junto al cuadro de gente comiendo en el suelo, que no nos quitaban la vista de encima, la guardiana que nos observaba inquisitiva para que empezásemos a rezar, en fín, todo el conjunto, nos hizo sentirnos muy incómodos y salimos a la calle.
Una vez en la calle, otra sorpresa. El grupo de personas que antes estaba en plena oración en la yurta, ahora estaban con un ritual que merece la pena describir: el hombre, de pie con una vara en la mano. Delante de él, un cubo con agua. Al lado una de las mujeres. El hombre recitaba algún tipo de oración o conjuro y pegaba con fuerza en las corvas de la mujer que tenía al lado. Ante el gesto de dolor cogía un cazo con agua del cubo y se lo arrojaba a la cara a la mujer que parecía recuperarse del dolor sentido antes. Esto se repitió varias veces, hasta acabar el cubo de agua.
Mientras observábamos el espectáculo, uno de los hombres que estaba comiendo dentro de la sala de oración salió en repetidas veces a decirnos que entrásemos, que la guardiana quería que rezásemos, daba igual a que religión perteneciésemos, podíamos rezar a cualquier Dios, pero quería que entrásemos. Ante su terquedad, tuvimos que decirle que éramos ateos y que no creíamos en Dios, ni en el suyo ni en ninguno para que nos dejaran en paz, no queríamos entrar de ninguna manera. Después de muchas veces insistirnos y nosotros negarnos, salió Tomy con la mujer y se dirigieron a nosotros. Nos traían lipioshkas que nos repartieron. Nuria, muerta de hambre empezó a comerlas y a saborearlas y yo diciéndole que las dejara que con tanta mierda, no sabíamos qué estaba comiendo. Tomy empieza a hablarle de nosotros y en un momento dado, la mujer dirigiéndose a mí con la mirada y perdonándome la vida, hizo un gesto pasando el dedo índice por debajo de su garganta de izquierda a derecha mientras decía algo incomprensible para nosotros pues ella sólo hablaba kazajo. Fue Tomy el que nos tradujo que había dicho que la próxima vez, si no entraba a rezar me cortaría el cuello. Con un poco de miedo, nerviosa por toda la situación y enfadada, empecé a despotricar de la bruja, diciéndole a nuestro amigo que le tradujera que yo, en ese momento le iba a dar un puñetazo y la iba a tirar de espaldas, ya no a la vieja o la guardiana, sino la bruja. Decidimos sacar el coche del lugar y caminar.
Subimos a la montaña sagrada (¿?) a sentir las energía que todos lo que estaban allí sentían, incluso Tomy, pero nosotros sólo notamos el aire, que no estaba mal, pues era más limpio que el de la ciudad, pero absolutamente nada más.
Un paseo por el campo y a casa, a Almaty, a la civilización, bueno… más o menos.
Nunca más volvimos por si acaso......, lo mismo

me está esperando para cortarme el cuello.


Foto: Cueva en la montaña
Foto:En la cima de la montaña.
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